Colección de maquetas construídas por Antonio Lara Villodres

Plataforma móvil de dos lombardas (s. XIV-XV)

Con la aparición y empleo de la pólvora, el arte de la guerra medieval experimentó un giro extraordinario. La vieja artillería empleada en los asedios, compuesta por catapultas, mangonel, etc., poco a poco quedó relegada a un segundo término como consecuencia del surgir de la Pirobalística, ciencia fundamentada esencialmente en la química, la física y las matemáticas. Con ella se desarrolló el arte de la fundición, es decir, la construcción y el diseño de los denominados truenos, lombardas o cañones. Las necesidades de la guerra hizo que los maestros fundidores, muchos de ellos de origen extranjero, diseñaran innumerables formas y calibres de estos nuevos artilugios que “arrojaban pellas de fierro por sus bocas”. Pero no sólo su trabajo quedaba aquí, pues también crearon distintos soportes o afustes para sus ingenios, como así ha quedado registrado en conocidos tratados y códices medievales como por ejemplo El Re Militari, de Valturio; el Codex Latino 197 o el Codex Bellifortis, de Conrad Kyeser (Alemania). Muchos de estos ingenios iban cabalgados sobre plataformas rodantes y algunos llevaban, además, protección para sus sirvientes. Este ingenio bélico, compuesto por un par de bombardas de hierro forjado, que se puede ver en el diorama, va sobre un soporte de madera con cuatro recias ruedas y, para la protección de sus servidores, cuenta con una porta de madera abatible con refuerzos de hierro. Investigadores y estudiosos sobre la ciencia pirobalística opinan que el desplazamiento de estas armas bélicas era un aspecto muy importante no solo para la pieza en sí, sino para todo tipo de acciones en la que intervinieran.


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